No llores por mi Argentina
Decidí salir a pasear y recorrer el micro centro porteño. La "city" estaba cargada de caras largas. Sobretodo cerca de la bolsa de comercio. Tomé un café en Filo, una vieja confitería en San Martín y compre un Buenos Aires Herald. Quería ver qué opinaban los argentinos de la crisis en Estados Unidos.
El Herald informaba escuetamente sobre los sucesos en las bolsas del mundo. Luego de la euforia por el "rescate financiero" de los países europeos y norteamericano, la caida arreciaba contra las ilusiones de los vendedores de bonos y notas de las bolsas de todo el mundo.
Me acordaba de la caída del 97. La burbuja especulativa sobre los tigres del Asia se había pinchado estrepitosamente y arrastaba como un tsunami las cotizaciones del resto.
Mis clientes habían vendido todo antes de la caida y había puesto las divisas en un banco de las Caimanes.
Mi jefe había tomado la decisión correcta. Sus informantes lo habían asesorado y alertado a tiempo y no se guardó nada. Acudió al directorio y les habló de un ex alumno suyo, un tal Caballo, que había hecho un seminario intensivo en la universidad de Princeton. El tipo había acudido al pedido de los jefes del departamento de estado y en los 80 había nacionalizado la deuda privada adquirida durante la dictadura militar.
Los bonistas estaban muy contentos con la medida y enseguida supieron que cuando ese hombre asumiera, sería un soldado leal.
Mi jefe, Gross, lo volvió a ver por el 88. Habían tramado juntos un plan para colocar a este hombre en el pináculo del poder económico. La inflación y la corrida de precios en el 89 precipitó el desenlace. Caballo a los pocos años ocupaba la cartera de economía.
Gross pudo mejorar los activos de sus clientes durante los siguientes diez años. Cerrando con un broche de oro en el 2001. La fuga de capitales su planificada con antelación y con algo de encubrimiento.
Conocí al mejor discípulo latinoamericano de Gross en la casa central, allá por el 2002. El reconocimiento fue muy secreto aunque el discípulo pudo colocar su posición en una universidad norteamericana.
Los inversores contentos con sus buenos dividendos y su posicionamiento estratégico durante varios años. Habían conseguido capitalizarse y permanecer con la titularidad de varias empresas de servicios. Quien podía quejarse. Quién iba a matar a la gallina de los huevos de oro?
jueves, 16 de octubre de 2008
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